domingo, 8 de mayo de 2011

Los sismos en Colima, siglo VVI, Raymundo Padilla Lozoya

Nota publicada el 31 de enero de 2011*

*Por ser del interés del colectivo se publica la nota. José Salazar Aviña.

Existen pocas referencias acerca de los sismos ocurridos en la historia de Colima durante el siglo XVI. Creo que las principales razones son porque aún quedan muchísimos documentos del siglo XVI por ordenar y paleografiar, y porque existen poquísimos historiadores con apoyo para dedicarse a la revisión de decenas de cajas con diversos expedientes de distintas cantidades de delicadas fojas amarillentas escritas en castellano antiguo. Por consecuencia, para algunos historiadores ha sido más práctico copiar lo poco que sus antecesores han publicado. Pero aún este trabajo de recopilación y transcripción es valioso para identificar ¿qué se ha publicado en la bibliografía histórica acerca de los sismos registrados en Colima durante el siglo XVI?

Cuando se revisa la bibliografía histórica colimense y se localiza la descripción de un sismo y sus impactos, lo primero que debe hacer un historiador de desastres es cuestionar la fuente histórica del dato referido. Y desafortunadamente en muy pocas ocasiones es notable la fuente histórica, es decir, casi nunca está referida o citada alguna fuente histórica, como lo puede ser un documento de archivo, diario, crónica de viajero, correspondencia o bando. Debido a esta condición, realmente pocos datos acerca de sismos los considero confiables. He encontrado escasos registros históricos de sismos que provienen de fuentes históricas fidedignas, rastreables en archivos y tangibles, en otras palabras, he notado que la mayoría de referencias a los sismos percibidos en Colima durante el siglo XVI y registrados en bibliografía histórica son de procedencia cuestionable.

En su mayoría, los historiadores empíricos que han identificado sismos en Colima durante el siglo XVI omitieron mencionar la fuente de donde obtuvieron el dato o descripción. De esta manera el historiador empírico se ha convertido en “la fuente” única de varios datos. Por lo cual, al historiar el tema de los sismos en el siglo XVI, uno se enfrenta con la disyuntiva entre confiar en la honestidad del historiador empírico y registrar el dato como verídico; registrar el dato mientras se confirma con alguna fuente histórica documental (lo cual puede ocurrir nunca); y eliminarlo. Yo he optado por registrar todo lo que encuentro y sigo buscando. Confío en que al paso de los años surgirá una fuente histórica que confirmará o desmentirá el dato publicado actualmente. Me anima pensar que la historia se escribe al paso de los años y nunca se debe escribir a prisa. Incluso a veces uno no alcanza a escribir todo lo que recopila.

Entre los libros de historiadores formales, me refiero a quienes tienen alguna instrucción académica en las formas de historiar, también son escasos los datos y descripciones de sismos en Colima en el siglo XVI. Sin embargo en estas obras son más evidentes las fuentes históricas. Pero sólo combinando las historias empíricas y las académicas, podemos tener una recopilación más amplia acerca de los sismos percibidos y registrados por españoles avecindados en este territorio.

El libro Colima en Panorama, publicado en 1967 por el historiador Juan Oseguera Velázquez, reporta que el “Primer temblor de que se tiene noticias” (305) ocurrió el 27 de mayo de 1563. Este dato también lo confirma el historiador José Levy en el capítulo “Los terremotos en Colima” publicado por Francisco Blanco (2004) en el libro Renacimiento y grandeza, el primer terremoto del siglo XXI. Literalmente Levy dice: “Según los documentos que se han encontrado, se menciona como primer terremoto registrado el del 27 de mayo de 1563, al cual Jorge Piza Espinosa lo cataloga como de magnitud 7 en la escala de Richter” (25). Cabe precisar que no se citan “los documentos que se han encontrado” ni las razones por las cuales “Jorge Piza Espinosa lo cataloga como de magnitud 7 en la escala de Richter”, a pesar de la nula descripción de los impactos.

Pero parece que el primer sismo en Colima no fue registrado el 27 de mayo de 1563, como lo publicaron Oseguera, Levy y Piza, porque según dice el cronista fray Antonio Tello, el visitador español Lebrón de Quiñonez partió de Colima en 1554 “y las cosas volvieron a tomar su curso. Los temblores derribaron [en 1559] la iglesia parroquial de la villa; y derribada quedó por veinticinco años, durante los cuales el vicario dijo misa a los despreocupados parroquianos en una ramada. (Tello, vol. III, 179, en Reyes, Juan Carlos, 1995, 224) En pocas palabras, los primeros temblores percibidos en esta villa ocurrieron en 1559, según Antonio Tello, citado en la obra La antigua provincia de Colima, siglos XVI al XVIII del historiador Juan Carlos Reyes.

En 1568 probablemente ocurrió un sismo, pero el dato es impreciso. Según cita en la obra El convento de Almoloyan, presencia franciscana en Colima de la Nueva España (2004) el historiador José Miguel Romero de Solís, “En cuanto a la fábrica [sic] material del convento [de Almoloyan], pueden registrarse tres fases distintas a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI. La primera, iniciada a partir de 1554, era de mampostería `de cal y canto`, al decir de Ciudad Real, pero fue derribada por un terremoto quizás en 1568” (50) Evidentemente la palabra “quizás” siembra duda en el año y en la fecha específica, por lo cual habrá que esperar a que otras fuentes históricas amplíen la información.

En 1576 parece que ocurrieron otros movimientos telúricos, pues según el historiador Francisco Hernández Espinosa dice: “Funcionaba el convento franciscano felizmente en medio de la satisfacción del propio pueblo de San Francisco, cuando apareció la calamidad de los sacudimientos terrestres. El volcán de Tzapotlán, como se llamaba por entonces al hoy Volcán de Colima, inició sus erupciones por 1576, haciendo temblar la tierra con más o menos frecuencia, en medio del temor de los naturales que en más de una vez intentaron abandonar la región” (El Colima de ayer, 2009, 167).

Tomando como base el fragmento descrito por Hernández Espinosa, parece que hubo coincidencia de sismos con actividad eruptiva. Desafortunadamente el autor omitió la fuente donde están descritos los reiterados intentos de los naturales por abandonar la región. La fuente histórica con la descripción ayudaría a identificar cómo mostraban su temor los naturales, o si temían a los sismos o a la actividad eruptiva. Estas reflexiones serían interesantes, pues deduzco que los naturales conocedores de su suelo vivían en casas de materiales livianos y mantenían una relación ritual con los volcanes y su actividad eruptiva. Tal vez les representaban como deidades, como es común en otras culturas. Creo que los naturales temían y huían ante el colapso de las construcciones realizadas por los españoles. Y además creo que se contagiaron del temor de los españoles a la actividad eruptiva. Pero poco es posible precisar sin la fuente histórica tangible.

Por fortuna el fragmento descrito por Hernández Espinosa es más rico en información que la referencia de Carlos Elio Brust Victorino, quien solamente reportó “Temblor” (Manzanillo, su historia, toponimia, política, sociedad y cultura, 1993, 99). Por su parte, el historiador Juan Oseguera Velázquez señala que en 1576 ocurrió un “Terremoto y primera erupción del Volcán en la época Hispánica” (Colima en panorama, 1967, 305).

Hasta ahora he identificado a través de la bibliografía histórica acerca de Colima, que el sismo más documentado y mejor descrito del siglo XVI es el percibido en el año de 1585. Así coinciden Brust: “Temblor” (Manzanillo, su historia, toponimia, política, sociedad y cultura, 1993, 99) y Oseguera en dos de sus libros “Se registraron fuertes temblores” (Tecomán, ejemplo de desarrollo regional, 1972, 80) y “Terremoto y erupción del Volcán, cuyas cenizas produjeron obscuridad durante largo tiempo, cubrieron los campos y ocasionaron la muerte de ganado” (Colima en panorama, 1967, 305). Estas fuentes bibliográficas mencionan solamente el año de 1585. Lo cual despierta varias dudas. ¿En qué fecha precisa ocurrió el temblor? ¿Fueron varios temblores? ¿Ocurrió un terremoto o una erupción volcánica? ¿Sucedieron dos eventos distintos en el mismo año? ¿Qué aporta la evidencia histórica?

Por fortuna, hasta hoy, una fuente histórica aporta algunas luces interesantes.

El historiador Juan Carlos Reyes, en su obra (La antigua provincia de Colima, siglos XVI al XVIII, 1995, 142) identificó que el cronista Fray Antonio Tello narró que en esta región costera: “A los diez de enero del año de 1585 hubo un gran terremoto y se llenó toda la tierra de ceniza que despidió el volcán de Tzapotlán, con cuyas sombras se oscureció el sol; y corrió más de cuarenta leguas llenándose los campos de ella, en tanta manera que cubría el pasto como cuando nieva mucho…” (En Crónica miscelánea de la sancta provincia de Xalisco por… Libro Segundo, vol. III, 1985, 180 y 260-261).

La misma cita que hace Reyes, continúa en la crónica de Tello con lo siguiente: “y fue ocasión de que muriese mucho ganado” (Crónica miscelánea de la sancta provincia de Xalisco, libro Segundo, volumen III, 1984, 180).

De esta sencilla referencia se pueden hacer diversas reflexiones:

1) Está completa la fecha del suceso: 10 de enero de 1585

2) Juan Carlos Reyes relaciona el suceso con la región costera y Tello no menciona literalmente a Colima. Incluso se refiere al “volcán de Tzapotlán”, hoy Ciudad Guzmán, en Jalisco.

3) Textualmente Tello dice que “hubo un gran terremoto” y se lee que además hubo actividad eruptiva, lo cual complejiza el caso. No descartemos que pudiera tratarse solamente de actividad eruptiva, pero que por su intensidad, sonoridad, vibraciones y espectacularidad, produjo la percepción de que se trataba de un terremoto.

4) Más que describir un “terremoto”, se lee en la crónica de Tello la descripción de las características propias de una erupción muy intensa del volcán hoy de Colima, pues literalmente narró “se llenó toda la tierra de ceniza que despidió el volcán […] con cuyas sombras se oscureció el sol; y corrió más de cuarenta leguas llenándose los campos de ella, en tanta manera que cubría el pasto como cuando nieva mucho”.

5) Sin duda la caída de ceniza en abundancia es clave para descartar un terremoto y adjudicar este suceso a la actividad eruptiva. Consideremos que la longitud de una legua es la distancia que se recorre caminando a pie o a caballo en una hora. Es obvio que el recorrido de la legua también depende del tipo de terreno que se transita, pues no es lo mismo recorrer a pie un día en terreno montañoso que en una planicie. Por estos problemas los ingleses optaron por ajustar la legua a 15.840 pies. De tal manera que con base en Tello, las cuarenta leguas de ceniza equivaldrían a multiplicar 40 por 15.840 pies, resultando 633,000 pies. Un pie equivale a 30.48 centímetros. Y multiplicando 30.48 centímetros por 633,000 pies, el resultado es 19, 293, 840 centímetros, que divididos entre 100,000 centímetros que contiene un kilómetro, dan por resultado aproximadamente 192 kilómetros. Como dato, hay 198 kilómetros de distancia entre Colima y Guadalajara.

6) Sin embargo, según una tabla publicada por Wikipedia (ni modo, a veces sirve Wikipedia) “Las leguas, divididas en veinte mil pies, que equivalen a 5.572,7 metros, eran las utilizadas para medir los caminos de España” (http://es.wikipedia.org/wiki/Legua). Fray Antonio Tello, nativo o avecindado en Guadalajara, probablemente usó el sistema español, no el inglés. Por lo tanto, si se multiplican 5,572 metros por 40 leguas, el resultado es 222,880 metros, que divididos entre 1000 de un kilómetro, dan por resultado 222 kilómetros de ceniza. Otro dato, entre Colima y Manzanillo, la distancia es de 105 kilómetros.

7) Tello no precisa la hora del suceso, altitud de la columna de ceniza, ni dirección que tomó por el viento, ni el radio que abarcó la caída de ceniza en las 40 leguas, ni menciona las comunidades afectadas que pudieran también servir como referente geográfico.

El historiador Juan Carlos Reyes agrega que: “Esa ocasión, sin embargo, al matar los pastizales la catástrofe afectó más a la ganadería que a la agricultura; y seguramente algo a los huertos frutales. Pero habiendo sucedido en enero su impacto fue menor, e inclusive benéfico pues al llegar las lluvias la tierra se vería beneficiada con el efecto fertilizador de la ceniza” (La antigua provincia de Colima, siglos XVI al XVIII, 1995, 142). Por la lectura infiero que este párrafo es una suposición de Reyes, pues no aporta más fuentes históricas que corroboren la muerte de los pastizales, afectación a la ganadería, agricultura y a los huertos frutales. La cita de Tello literalmente señala que la ceniza “cubría el pasto como cuando nieva mucho”, no que mató los pastizales, como deduce Reyes. Incluso es debatible si por caer ceniza en enero “su impacto fue menor, e inclusive benéfico pues al llegar las lluvias la tierra se vería beneficiada con el efecto fertilizador de la ceniza”, como lo señala Reyes. Probablemente estas consideraciones parezcan minucias, o quizá existan errores en la transcripción que se hizo del libro de Tello a la edición citada, pero cada palabra o frase puede determinar un cambio en lo sucedido.

Con la cita de Tello el lector identifica una mayor descripción de actividad eruptiva que de un terremoto tectónico. Sin embargo otras fuentes históricas, recopiladas en Los sismos en la historia de México (García y Suárez, 1996, 83) inciden en destacar los eventos de 1585 como sísmico-volcánicos. Por ejemplo: “Desde la fundación de la ciudad de Guadalajara, en su lugar definitivo ha habido inquietud en esos volcanes apagados, habiéndose registrado temblores en diversa intensidad, principalmente en la zona del valle en enero de 1585” (Camarena, 1912, Narraciones tapatías del Guadalajara Antiguo 1900-1958, 85)

De manera similar, en Los sismos en la historia de México se recopiló: “Relacionadas con los temibles terremotos han estado siempre las erupciones del vecino volcán de Colima, del que existen constancias que el 10 de enero de 1585, después de fuerte temblor, arrojó gran cantidad de ceniza, siendo tan intensa la precipitación que oscureció el sol y cubrió de tal manera los campos que fue causa de gran mortandad de ganado” (Munguía, 1976,Panorama histórico de Sayula, capital de la antigua provincia de Ávalos, 48).

Y en la misma obra llamada Los sismos en la historia de México también se recopiló que: “El volcán hace erupción, después de unos minutos se deja sentir un fuerte temblor” (Vizcaíno, Crónicas de Zapotlán. Historia de los temblores 1543-1985, 4-5)

Las referencias que hay acerca de los acontecimientos del año de 1585, parecen recuperar de forma completa o en paráfrasis la descripción realizada por Antonio Tello, incluso en las publicaciones más recientes, como en Bretón González, Mauricio y Ramírez Ruiz, Juan José, 2004, “La actividad eruptiva histórica del Volcán de Fuego de Colima”, en Revista Iridia No. 1. Universidad de Colima. Colima, 7:

“El 10 de enero de 1585 se produjo otra explosión acompañada de fuerte actividad sísmica. La explosión ocasionó una lluvia de ceniza que cubrió un radio mayor de 30 km y ocasionó el bloqueo total de la luz solar. La dispersión de las cenizas se distribuyó por más de 40 leguas (aproximadamente 220 km) y los campos se cubrieron con una capa de ceniza que semejaba a una nevada grande, lo que provocó la muerte de muchas cabezas de ganado. Se habla también de la posibilidad de la formación de una nube ardiente con dirección SW (Tello, 1651; García, p. 83)”. Cabe mencionar que no he encontrado alguna referencia histórica-documental “de la posibilidad de la formación de una nube ardiente con dirección SW”.

O hace falta revisar más bibliografía que contenga otras fuentes histórico-documentales, relacionadas con los acontecimientos de 1585, o toda la literatura de los sucesos de 1585 conduce a la crónica de Fray Antonio Tello.

Para finalizar cabe hacer algunas consideraciones históricas. Antonio Tello, según dice el bibliotecario José Cornejo Franco en el estudio introductorio al libro III “…fue español, de la provincia de Santiago, en España, y tomó el hábito en el convento de Salamanca; pasó a la Nueva España y vino a la Nueva Galicia a la provincia de Santiago de Xalisco […] murió en el convento de San Francisco de Guadalajara por junio de 1653, dos meses después de haberla terminado [la crónica]; se le sepultó bajo el altar mayor de la iglesia de dicho convento” (Crónica miscelánea de la sancta provincia de Xalisco,libro III, 1942, XII).

Sin embargo el bibliotecario John Van Horne, al biografiar a Fray Antonio Tello encontró que Joaquín García Icazbalceta (Colección de documentos para la historia de México II, 1866, xlvii-liii) publicó que Antonio Tello era nativo de Guadalajara y que debió tener cerca de 86 años cuando compuso, o al menos puso los toques finales a su crónica” (“Fray Antonio Tello, historian”, enHispania, vol. 19, No. 2, May, 1936, 191-200).

Si el dato es preciso y Antonio Tello publicó su crónica en 1653, a la edad de 86 años, habían transcurrido 68 años de los sucesos de 1585 y por lo tanto tenía 15 años de edad en 1585.

Pero si nació en 1548, como señala José López Portillo y Rojas (Crónica miscelánea en que se trata de la conquista espiritual y temporal de la sancta provincia de Xalisco en el nuevo reino, libro Segundo, 1891, V) entonces tenía 37 años de edad en el año de 1585.

De cualquier manera, lo importante es preguntarnos ¿Dónde estaba Tello a la edad de 15 o de 37 años de edad, cuando ocurrió la actividad eruptiva y/o sísmica de 1585? ¿vivía en Guadalajara? ¿fue testigo presencial de lo narrado en su crónica? O ¿redactó lo que le contaron que sucedió? Y si estaba en Guadalajara ¿las 40 leguas de ceniza fueron con rumbo hacia allá y no hacia Colima? En cuyo caso el terremoto más documentado del siglo XVI en Colima, no fue terremoto, sino actividad eruptiva y Tello no precisó si afectó a Colima y además, si no fue testigo presencial omitió su fuente histórica.

Sin embargo, el historiador Juan Carlos Reyes, en su citada obra (1995, 273) refiere un fragmento que identificó en un documento del Archivo General de la Nación (AGN), en el cual se menciona que: “La real cárcel construida por órdenes de Lebrón, fue parcialmente derruida durante los temblores que ocasionó la erupción de 1585, y derribadas sus ruinas para la reconstrucción en 1590 (AGN, Indios, vol. 3, exp 698) ¿Sería tan intensa la erupción para derrumbar la cárcel? ¿O sería tan frágil la cárcel? De ser tan intensa la erupción, como para derrumbar la cárcel de Colima, creo que otras fuentes históricas debieran aportar más datos. Pero debemos esperar a que con el paso del tiempo, algún historiador encuentre más evidencia y la publique.

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CONFERENCIA DE ABELARDO AHUMADA EN EL ARCHIVO DE COLIMA

CRÓNICA EN IMÁGENES José SALAZAR AVIÑA