sábado, 25 de agosto de 2012

Alhuey, Angostura, El Moro y La Mora



Abelardo Ahumada

Aparte de ser abogado, pasante de Economía, licenciado el Lengua y Literatura, maestro en Historia, y de haber dado durante 38 años consecutivos clases en algunas escuelas de la Universidad Autónoma de Sinaloa, el presidente actual de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, A. C., Cresencio Montoya Cortez es un escritor y compositor cuya fama, sobre todo en este último aspecto, ha trascendido su terruño natal, que es el municipio costero de Angostura, Sinaloa.

El año pasado, estando en Durango, me regaló un libro que posteriormente leí, en el que una anciana, entrevistada suya, le refirió “de primera mano” algunos hechos en los que participó el famoso guerrillero y salteador sinaloense de finales del siglo XIX, Heraclio Bernal . “En el primer momento – me dijo- quise manejar este libro como una tesis de maestría. Pero mi asesor me precisó que más bien parecía una novela entre romántica y costumbrista, con mucho sabor coloquial, y la dejé así: como una vivencia mía, en tanto que entrevistador circunstancial, pero como una narración directa de la protagonista de esa historia particular, que de algún modo tocaba también un poquito de la historia local y hasta de la nacional”.

Complementario a lo anterior, y para mi sorpresa, hace poco más de dos semanas, al volverme a encontrar con él, en Guamúchil, Sin., me entregó un juego de fotocopias con la advertencia de que su contenido es un adelanto de otra de sus investigaciones acerca de una mujer singular, nacida “probablemente en 1834”, en un pobladito de la sierra sinaloense, que se llamaba Julia Pastrana… “con el síndrome de hirsutismo y con fibromatosis gingival”. Lo que equivale a decir, en primer término, que estaban cubiertos “su rostro y su cuerpo totalmente de pelo negro y lacio”, y que tenía también una doble hilera de dientes que proyectaban su boca y sus mandíbulas precisamente como si fuera un simio.

Pese a haber sido catalogada como “la mujer más fea del mundo”, las fuentes dicen que Julia Pastrana era una mujer menuda y sensible de apenas 1.37 m. de altura, con dotes innatas para el arte y para los idiomas, pero que por las circunstancias en que nació y creció, primero trabajó de sirvienta en la casa de un personaje sinaloense, antes de encontrarse, cierto día que iba de regreso a su pueblo, con Míster Rates, un gringo aventurero que la convenció para que se fuera con él a los Estados Unidos, en donde la exhibiría como un fenómeno a cambio de algunos dólares. Todo esto antes de ser “descubierta” por otro promotor artístico, de apellido Lorent, que más tarde la hizo su mujer y se la llevó de gira a Europa, en donde incluso el famosísimo Charles Darwin, creador de la teoría de la evolución de las especies, se interesó por ella como un raro organismo al que, por su aspecto, otros ya describían como “un híbrido entre el ser humano y el orangután”. Pero, en fin, como el documento que Cresencio me regaló es un adelanto de su investigación, lo dejo allí, para referirme ahora a su libro “La Polla de Heraclio”, que mencioné al inicio, y con el que ha incrementado de un nuevo modo su fama en su tierra, porque como ya dije antes, desde hace varios años él es famoso también como compositor de canciones rancheras. Tanto que hay cuando menos un libro en el que se le menciona[1] entre los nuevos elementos que han venido a engrosar la lista de músicos, cantantes y compositores sinaloenses que, encabezada indudablemente por Pedro Infante, abarca, entre otros a Luis Pérez Meza, el famosísimo “Trovador del Campo”, que popularizó El Barzón, y Alborada; a Lola Beltrán, “La Grande”, que inmortalizó, entre otras, aquella canción que a no pocos machos mexicanos hace que suelten sus huacos cuando comienzan a escuchar que dice: “Ya me canso de llorar y no amanece/ ya no sé si maldecirte o por ti llorar/ tengo miedo de buscarte y de encontrarte/ donde mis amigos me dicen que te vas…” O como el famosísimo Ángel Espinosa, “Ferrusquilla”, que así como compuso “Échame a mí la culpa [de lo que pase/ cúbrete tú la espalda con mi dolor…”], así también compuso “La ley del monte”. Ésa que comienza con “grabé en la penca del maguey tu nombre/ juntito al mío, entrelazado…”

Pero las canciones de Cresencio Montoya son de otro corte, varias de ellas corridos, y la más famosa es, precisamente, el corrido de El Moro y La Mora, dos equinos que compitieron en una carrera casi legendaria en Sinaloa, ocurrida a mediados de 1994, y que comienza, con música de banda de por medio (¿cómo en Sinaloa si no?), poco más o menos así: “De una carrera famosa/ cantando voy mi recuerdo/ entre La Mora y El Moro/ de la fecha bien me acuerdo/ fue el 29 de junio/ el mero día de San Pedro./ La Mora de La Florida/ ya conocía la fama/ de México ser campeona/ y hermosa como la Luna./ Su dueño decía orgulloso/ como mi mora ninguna…”
El compositor y el autor de estas líneas con algunos de los elementos de la Banda Torrencial de Guamúchil.

Y menciono todo anterior, porque al desplegar su papel de anfitriones del XXXV Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, Joaquín Inzunza y Cresencio Montoya, cronistas municipales de Angostura y Alhuey, Sinaloa, respectivamente, hicieron el enorme esfuerzo de llevarnos, una vez concluidas todas las intensas mesas de trabajo, a una preciosa alameda natural, situada en medio de bellísimos campos de cultivo, para ofrecernos un verdadero banquete de platillos de mar (Angostura cuenta con 83 kms. de litoral y dos muy bellas bahías); para brindarnos un acompañamiento musical a base de “tambora” (que interpretó varias de las canciones de Cresencio) y, para obsequiarnos al último, como un sello de oro del Congreso, una especie de réplica, escenificación o simulacro de la histórica carrera en el taste (pista de carreras de caballos) más bonito y mejor acondicionado del noroeste de nuestro país, que lleva el nombre de Taste Haras de Évora. Nombre cuyo significado ignoro.

Un banquete de mariscos se nos ofreció bajo la sombra de unos álamos gigantes.

El hecho, sin embargo, fue que al concluir la sesión solemne del cabildo de Angostura, su presidente municipal, que se nos auto-presentó con el mote de “El Loco Chenel” (aunque se llama José Manuel Valenzuela López), nos dio la bienvenida, y nos dijo que su padrino de confirmación, el multimencionado Cresencio Montoya, nos tenía preparada una sorpresa. Subimos luego a los autobuses, éstos se metieron por un camino de terracería, se estacionaron junto a una hilera de álamos gigantes y nos hicieron bajar para sentarnos en una zona de mesas, ubicada bajo la sombra de aquellos árboles monumentales. Luego nos sirvieron las primeras cervecitas heladas y sendas charolas de camarones fritos, sacados esa misma mañana de algún estero cercano. Empezó a tocar la tambora, vinieron otras dos rondas de cervecitas frías, ceviche de jaiba, filetes de mantarraya, postre de mango y ya para qué les digo más.
Cresencio Montoya; el dueño del taste portando un sombrero colimote; el alcalde de Angostura y el cronista Antonio Magaña leyéndoles unos versos compuestos para la fiesta.

El ambiente se puso cálido, habló de nuevo el alcalde por los micrófonos. Nuestro compañero, Antonio Magaña Tejeda, leyó unas “décimas” compuestas por él en recuerdo de aquella fiesta, y le regaló, en agradecimiento, su sombrero colimote “de cuatro pedradas”, al dueño del rancho.

La gente llenó las graderías del taste Haras de Évora para presenciar la carrera de El Moro y La Mora.

Poco después de las 4 de la tarde, nuestros amigos nos invitaron a subir en unas graderías metálicas instaladas bajo la sombra de una segunda hilera de álamos. Graderías desde donde pudimos observar la llegada de numerosos rancheros del rumbo montando sus briosos cuacos.

Gente de los alrededores comenzó a llegar también en numerosos vehículos, mientras que nuestro principal anfitrión nos iba comentando por los altavoces los pormenores de aquella famosa carrera, y nosotros nos íbamos dando cuenta que estábamos participando en una verdadera fiesta ranchera sinaloense. Luego el maestro le pasó el micrófono al empresario, dueño del taste, quien nos dijo que La Mora es una yegua local de once años cumplidos, y que El Moro que en esta ocasión correría, es comparado con ella, como quien dice un potro de cuatro años y medio de edad, y que acababa de ser traído del otro lado de la frontera.

A las cinco de la tarde estaban las graderías cubiertas por un gentío y los livianos jinetes que conducían a El Moro y La Mora del simulacro, los comenzaron a calentar, haciéndolos pasar, luciéndose, sobre la tierra roja, blanda y sin piedras del taste ya mencionado.
Este es “El Loco Chenel”, el famosísimo alcalde de Angostura, Sin., echándole a la bailada con la tambora.

Los profesores Héctor Mancilla, Roberto George, Antonio Magaña, Miguel Chávez y yo, junto con nuestras esposas, estábamos encantados de participar en aquel ambiente campirano, observando, entre otros detalles que quiero destacar, las vastas planicies cultivadas, y al “más folclórico presidente municipal del país”, bailando, él solo, con una enorme alegría y con gran desparpajo, algunas canciones que la banda, puesta alrededor de él, interpretaba para todo el público.

Finalmente llegó la hora de la carrera, velocísimos como un suspiro vimos pasar a los contendientes, y El Moro, como el de la canción (no confundir con la de El Moro de Cumpas), volvió a ganar, sacándole a la yegua casi dos cuerpos de ventaja. Luego hubo también, ya de vacilada, una carrera de dos grandes burros y la fiesta siguió hasta las 6 p. m., cuando la voz de Montoya, por el micrófono, nos dio a entender que  los jefes de las varias patrullas que todo el tiempo nos estuvieron resguardando, estaban “sugiriéndole” que ya nos encamináramos hacia Guamúchil, para concluir con una cena-baile, los eventos del día.
El Moro y La Mora en plena carrera. El potro le ganó a la yegua con más de dos cuerpos de distancia.

Llegamos una vez más a la preciosa finca situada en la orilla del río Mocorito, y tuvimos la gozosa oportunidad de admirar la puesta del sol rojizo sobre las mansas aguas de la represa. 

Concluiré ahora mi relatoría refiriéndome al tema con el que comencé, y al que con toda intención dejé inconcluso: en 1972, siendo el buen Cresencio un estudiante de economía en Culiacán, le tocó la fortuna de compartir una humilde vivienda con una anciana que ese mismo año cumplió un siglo de existencia. Se llamaba Juanita; pero mi amigo nunca supo, y nunca se le ocurrió preguntarle, cómo se apellidaba. Pero el caso fue que ella le comenzó a referir, poco a poco, algunos hechos que tenía metidos en los recodos de su persistente memoria. Hasta que un buen día le dijo, ya con plena decisión y confianza: “Acércate Chencho, ora que hay tiempo, pa’ contarte lo que fue mi vida”. Y le comenzó a decir que, entre otras feas y muy bonitas cosas que le pasaron en su largo padecer, el día cuando ella cumplió quince años, Heraclio Bernal concurrió a su fiesta, bailó con ella y la dejó encandilada, mirando al camino, “como los coyotes” (o mejor sería como las coyotas), esperando que algún día aquel hombre bragado, “alto, de ojos zarcos y de barba muy prieta”, del que se decían tantas cosas, volviera a su rancho, por “su polla”, como se lo hizo creer. Regreso que jamás sucedió porque al gobierno se le ocurrió matarlo.



[1] Yo soy quien soy, libro colectivo sobre la vida y la obra de Pedro Infante, coordinado por Gilberto López Alanís, Tercera Edición, 2012, Culiacán, Sin., p. 18.

lunes, 13 de agosto de 2012

Mocorito, de misión jesuita a pueblo señorial


Abelardo Ahumada

La tercera y cuartas jornadas del  XXXV Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas (en el que participó una delegación de seis cronistas de Colima), se llevaron a cabo, durante el 27 y 28 de julio, en Mocorito y Angostura, Sin., respectivamente.
Un buen número de cronistas de otros estados decidió no participar en este congreso, debido a la presunción de que la tristemente famosa “guerra del narco” está muy fuerte en toda esa zona. Por lo que los casi cien que acudimos, lo hicimos venciendo el temor y confiando en que las autoridades involucradas y los organizadores del mismo, harían su mejor esfuerzo para evitar cualquier evento negativo que lo enturbiara, como en efecto fue.
Sobre este punto en particular cabe decir que todos los participantes quedamos sorprendidos por la tranquilidad que, contra lo que esperábamos, nos encontramos tanto en la sede de Guamúchil, como en las subsedes de Mocorito y Angostura.

El primer sorprendido de todo esto que les comento fue, precisamente, nuestro compañero cronista de Manzanillo, Horacio Archundia Guevara, quien no habiendo podido reservar a tiempo una habitación en los únicos tres hoteles de Guamúchil, tuvo que hospedarse en el más grande de Mocorito, ubicado a sólo unos 15 km de donde nos hospedamos todos los demás. Hasta donde poco después llegó Horacio y tras saludarnos nos dijo: “Vengo bien impresionado. Mocorito es un pueblo señorial hermoso, qué bueno que no me hospedé aquí”.

01 Vista panorámica de Mocorito desde la base del campanario de su iglesia. 

Alimentados, pues, con esas expresiones suyas, la mañana del 27 de julio abordamos los autobuses que nos trasladaron rumbo a la Sierra Madre Occidental. En la entrada de Mocorito, bella, amplia, moderna, arbolada, hay un arco que da la bienvenida a los visitantes y preanuncia lo que verán sobre todo en la parte antigua del pueblo: me refiero a una  serie de calles desiguales y sin paralelismo que sin embargo conforman uno de los espacios pueblerinos más bellos que nos ha tocado conocer en nuestros recorridos por diversas partes de la república. Destacando ese aspecto “señorial” de su templo, casas y edificios principales que nos había comentado Horacio.

02 Antiguo templo de la misión que unos jesuitas fundaron en 1594 para evangelizar a los indios mayos.

Los autobuses se detuvieron entre la plaza bellísima y el antiguo templo jesuita de la Misión de Mocorito, donde nos esperaba el Cabildo el pleno de ese municipio, presidido por una señora inteligente, joven y de muy buen ver que se llama Gloria Himelda (con H) Félix Niebla.

Sonaban, en ese momento, las campanas de la iglesia dando “la segunda de misa”, pero en el típico y característico tono que se les da cuando “llaman a muerto”. Y en eso se escuchó una voz por micrófono en la que se nos explicaba que, por una de esas raras coincidencias de la vida, íbamos a ser testigos de la llegada del cortejo fúnebre de don Amado Medina, uno de los más notables historiadores de Mocorito, que se había muerto la víspera.

Mientras todo eso sucedía, e impresionado por la sobria belleza arquitectónica del templo, ingresé al curato, donde me recibió el clérigo que iba a celebrar la misa, y quien al verme con el gafete de los cronistas en el pecho, de inmediato sintonizó conmigo porque resultó ser amante otro de los amantes de Clío.

03 El Colegio Civil Rosales, uno de los edificios más emblemáticos del centro de Mocorito.

Durante diez intensos minutos el cura me platicó cómo fue que Mocorito surgió a la luz ya como una misión, allá por 1594, cuando llegaron allí los padres Jesuitas Juan Bautista Velasco y Hernando de Santarán, para evangelizar a los indios mayos, habitantes de toda esa vasta región.

Me dijo, asimismo, que los primeros conquistadores que llegaron allá en busca del mítico pueblo de El Dorado, fueron unos soldados que iban junto con el temible enemigo de Hernán Cortés, y saqueador de esclavos indígenas (incluidos muchos de Colima) que se llamaba Nuño Beltrán de Guzmán, poco después de 1531. Pero urgido como estaba para vestirse para la misa, ya sólo me alcanzó a decir: “Pase usted, está en su casa, puede recorrer todas las instalaciones”, y con esa instrucción por delante aproveché una bamboleante escalera de aluminio como de seis metros de alto, colocada en el patio sobre un grueso muro de piedra y soportando el bamboleo me subí al techo del curato, y desde allí al del templo, hasta llegar al pie del campanario, desde donde tuve una vista panorámica del hermosísimo pueblo, muy verde, por cierto, con los patios y corrales de sus casonas llenos de árboles: bambúes, aguacates, almendros, mangos, palmas de coquito coyul e incluso ceibas. Una vegetación, pues, muy parecida a la nuestra.

04 Interior de la Casa de la Cultura Enrique González Martínez con una huerta al fondo.

Desde arriba vi llegar la carroza y la valla que los cronistas y las autoridades locales le hicieron al cuerpo del historiador. Después de bajar visité la Casa de la Cultura Enrique González Martínez,  en ese momento vacía, y anduve a mis anchas por sus amplios corredores, observando los preciosos murales que cuentan la historia de Mocorito. Todo esto en un marco de verdor, puesto que la finca, abierta para la cultura en 1983, colinda con una hermosa huerta que me recordó a la que hace todavía unos treinta años se podía mirar, en Colima, en el balneario de San Cayetano.

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Por andar de bobo en la Casa de la Cultura me largaron los camiones, pero le dije a unos patrulleros que me “había perdido” y, amables, me llevaron hasta el auditorio de la universidad, donde el cabildo sesionó para darnos el carácter de “Visitantes Distinguidos”.


05 Cronistas de México recorriendo las calles del bello pueblo sinaloense. Al frente, a la izquierda, Miguel Chávez Michel y, de sombrero, Antonio Magaña Tejeda. 

Desde allí nos encaminamos a las instalaciones de la Preparatoria Lázaro Cárdenas, para seguir escuchando las ponencias de los compañeros de todo el país y, ya como a las 2 p. m., abordamos una vez más los autobuses para trasladarnos a una gigantesca palapa, con capacidad para unas 300 personas, ubicada en la ribera del Mocorito. Donde nuestros anfitriones nos obsequiaron litros y litros de agua de Jamaica y enormes platillos copeteados de chilorio, carne seca y un queso fresco exquisito.

06 Una de las pintorescas calles del “pueblo señorial de Mocorito”.

En el ínterin no podía faltar la intervención de una tambora sinaloense, que nos alegró el banquete y, al último, cuando ya la nueva directiva nacional de los cronistas agradeció al ayuntamiento anfitrión la comida, Archundia nos sorprendió nuevamente al escribir, allí sobre una hoja de su cuaderno,  un soneto que dedicó a ese pueblo y que me pidió leer por el micrófono a todos. Soneto del que recuerdo estos versos: “Te encuentras, buen romero, en Mocorito/, el pueblo señorial por excelencia/ donde destaca la magnificencia/ de un rincón noble, cálido y bonito/… Mocorito: misión vieja y gloriosa/ donde coinciden para gusto mío/ la historia viva y la fiesta bulliciosa”. Composición que todavía manuscrita fue recibida por un representante de la alcaldesa.

Al concluir  el banquete, los organizadores nos hicieron caminar a un espacio arbolado cercano, donde algunos lugareños nos dieron una muestra del juego de la Ulama, al que podríamos describir como una especie de juego de pelota en el que contienden dos equipos, pero que en vez de patear la bola o tomarla con la mano, la golpean con sus antebrazos vendados, y a veces con los muslos o con las caderas. Un juego difícil en el que sus participantes terminan necesariamente polveados o enlodados, pues constantemente se tiran al piso para golpear las bolas que vienen bajas y rebotárselas a los contrarios.

La jornada de trabajo continuó en las aulas de la preparatoria, pero una vez concluida ésta, las autoridades nos hicieron participar en una especie de callejoneada, recorriendo, con otra tambora por delante, las principales rúas alrededor del centro. Deteniéndose la comitiva de tanto en tanto para que el cronista mocoritense nos pudiese explicar, casi gritando, porque éramos muchos, la microhistoria de cada lugar.

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Acto seguido, y ya para oscurecer, hubo también, junto a la plaza, un espectáculo muy interesante de lanzamiento de globos hechos de carrizos y papel de china, a los que calentándoles previamente el aire de su interior, y colocándoles una luminaria en la parte de abajo, se les fue soltando por turno, hasta que se perdieron de vista en el cielo azulino y grisáceo que un rato antes había presagiado lluvia.

La banda sinaloense subió al bonito kiosco de la plaza mocoritense y, previo a nuestro regreso a Guamúchil, y ala suculenta cena que habríamos de degustar sobre los prados y bajo los álamos gigantescos de la Hacienda del Río, gozamos de un “viernes de plaza”, en donde los artesanos y los neveros de la región expusieron y ofrecieron sus productos.

MAS FOTOGRAFIAS

El grupo de Colima posando junto al río Mocorito... 
El Profr. Héctor Mancilla, exponiendo su tema en Guamúchil.
Roberto George como ponente en Guamúchil.
Cronistas y acompañantes posando a la salida del auditorio municipal de Salvador Alvarado, Sin.

domingo, 5 de agosto de 2012

En la tierra de Pedro Infante


5 de agosto de 2012

Abelardo Ahumada

Aunque hoy existan muchos paisanos que le han dado la espalda al cine nacional, es un hecho perfectamente sabido que cuando la industria cinematográfica tuvo su “época de oro”, uno de los más grandes artistas que en dicho tiempo existieron fue Pedro Infante. Un individuo carismático y sencillo que, con sus actuaciones e interpretaciones se incrustó, por así decirlo, en el corazón de los mexicanos y en los de no pocos hablantes de la lengua hispana, puesto que sus películas se proyectaron no sólo en México sino en prácticamente todo el continente, y al menos en España.

La presencia simpática de este notable sinaloense llegó a manifestarse, no nada más en todos los viejos cines de nuestro terruño sino, también en vivo, en la plaza de toros de Villa de Álvarez,  cuando ésta solía instalarse en un potrero de don Constantino Rodríguez, allá por donde ahora existen la escuela primaria Enrique Andrade y el jardín de niños Pomposa Silva Palacios.

En razón de lo anterior, y de que la XERL (la más antigua estación radiofónica de Colima) incluía diariamente canciones de El Gavilán Pollero en su programación, miles de paisanos nuestros lo tuvieron como su ídolo, incluso después de su muerte, acaecida en un “avionetazo” en Mérida, el 15 de abril de 1957.
01 El templo parroquial de Guamúchil, Sin. ratifica la devoción mexicana por la Virgen de Guadalupe. 


Por todo lo antes dicho, no puedo negar que sentí una emoción especial cuando, hace  exactamente ocho días, seis colimotes que asistimos al XXXV Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, con sede en la ciudad de Guamúchil, Sin., tuvimos la oportunidad de visitar (demasiado rápidamente, para mi gusto), la casa en donde aquel famoso cantante vivió parte de su adolescencia y de su juventud.

La casa en cuestión, convertida en museo para enaltecer su recuerdo, no se parece casi en nada en lo que pudo ser la habitación de la familia Infante, pero está ubicada en una amplia calle que otrora fue un espacio terroso ubicado paralelamente junto a los rieles del Ferrocarril del Noroeste, muy cerca de la antigua Estación de Évora.

02 Guamúchil es la cabecera de un municipio joven, pues acaba de cumplir 50 años como tal. 

Al descubrirme instalado entre tanta gente allí, no pude observar con detalle el ámbito en que se desenvolvió esa importante parte de la vida del artista sinaloense, pero sí lo pude imaginar de chamaquito, asistiendo al cuarto grado (último que él estudió) de la única escuela que durante las postrimerías de la guerra cristera había entonces en el pequeño pueblo de Guamúchil. Un pueblo al que un cronista local describe con “apenas dos calles”, y otro, posterior, describe, ya en 1949, cuando Pedro estaba en la cúspide de su fama internacional, como un “poblado que no era más que un puñado de casas carente de los más elementales servicios […] con categoría de estación de ferrocarril y rango de sindicatura” dependiente del municipio de Mocorito. Un lugar en donde no había agua potable y la electricidad sólo se hacía presente en las casas y tiendas de los ricos de las siete a las once de la noche.

03 Bellísimo paraje junto al río Mocorito.

Muy cerca, sin embargo, de la casa de los Infante, corría el ancho río de Mocorito, y bien nos lo podemos imaginar, entonces, yendo a nadar en él, dado que en aquel rincón sinaloense hace un calor casi infernal, y dado, también, que en aquel entonces no había muchos espacios para distraerse en Guamúchil, salvo el mencionado río, los juegos juveniles, un cine mudo y los cantos y bailes campiranos, a los que se aficionó.
Dicen los cronistas que nos recibieron, que Pedro y su papá llegaron a formar parte de un conjunto musical que se llamaba “La Rabia y que sonaba fuerte entre Guasave y Guamúchil”; propiciando que el joven y guapo muchacho no tardara en ser asediado por algunas bellas admiradoras. Tanto que en 1934, cuando apenas tenía 17 años, se convirtió en padre por primera ocasión, al procrear una niña con la joven Lupita López, paisana suya.

El museo en sí es pequeño y cuenta con algunas de las indumentarias que utilizó el artista en sus más famosas películas, así como con carteles de las mismas y un antiguo proyector cinematográfico. Pero lo que no contiene ni revela es todo lo que concierne a su familia paterna, ni a la época en que él mismo vivió allí. Siendo ése un aspecto que se tendría que subsanar.

Más allá de ello, sin embargo, y de que en la plaza principal de Guamúchil exista un monumento del ídolo en tamaño natural, lo cierto es que este pueblo caliente de calles muy anchas y rectas, acaba apenas de cumplir cincuenta años de haberse desmembrado de Mocorito, y de haberse convertido en la cabecera del municipio de Salvador Alvarado. Un general revolucionario que fue otro de los grandes personajes que dio lustre y rumbo a toda esta región.

04 He aquí el edificio de la presidencia, moderno y funcional.

Justo enfrente de la dicha plaza (en la que además existe una singular “torre del reloj”), se levanta el edificio más alto de la pequeña ciudad: el hotel Davimar, de antigua raigambre, que precisamente fue sede del XXXV Congreso Nacional de Cronistas.

Al recorrer el centro en los ratos libres del primer día, pude constatar que Guamúchil tiene un gran parecido con nuestro Tecomán. No sólo por su tierra plana y su clima cálido, sino por la vegetación que lo cubre y por la productividad de sus campos. Campos en los que se desarrolla una agricultura intensiva, en la que se cuentan por miles las hectáreas provistas de riego. Campos  en los que observamos numerosos y extensos maizales, huertas de mango, hortalizas y otros cultivos, como el aguacate y algunos cítricos que también se trabajan en nuestras llanuras costeras. Todo ello sin dejar de observar que, aunque pocas en comparación, también hay palmas de cocos.

La ciudad, con su mayoría de casas de un solo piso y algunas de sus anchas calles todavía sin pavimentar, manifiesta su relativa juventud y ronda apenas los 65 mil habitantes, pero se ve bulliciosa porque es un centro de comercio y educación  al que por necesidad concurren numerosos paisanos de los pueblos aledaños. Cosa que sucede, según Carlos Francisco Tavizón,  cronista guamuchilénse y fundador del museo principal de la ciudad, prácticamente desde que la estación de ferrocarril que le dio origen, en 1907.
Indagando, en efecto, sobre el surgimiento del pueblo de Guamúchil, pudimos enterarnos que casi nació a la par que se iban construyendo las vías del ferrocarril Southern Pacific, que habría de llegar desde Guaymas hasta Guadalajara, y cuyo trazo llegó hasta ese sitio sinaloense en 1907. Tiempo en que, presuntamente bajo la sombra de un copudo guamúchil, se levantó un campamento para los trabajadores del riel. Campamento que conforme pasaron los días fue siendo identificado con el nombre de ese árbol.

A partir de ese momento, y del almacén para las herramientas y los materiales que se construyó posteriormente, no tardaron en aparecer otras personas de la región que ofrecían sus servicios a los trabajadores. Colocándose así las bases para desarrollar este pueblo de economía agropecuaria pujante, en el que ahora uno puede ver, aprovechando la vastedad de sus tierras, ya no tanto las máquinas del ferrocarril cruzando por allí, sino gigantescos tractores, piscadoras y cultivadoras que no se miran acá, en Colima.
No sobra comentar que fuimos muy bien tratados por las autoridades locales y estatales; que se nos obsequiaron excelentes comidas propias de la región (destacando el chilorio y la carne seca); que nos brindaron muy buena música y que nos llevaron a conocer una finca bellísima (Hacienda del Río), ubicada precisamente en la orilla de un bonito embalse del río Mocorito. Cuyo precioso espejo de agua es valorado por los agricultores guamuchilenses como un espejo de oro. Todo ello en la medida de que el líquido que almacena, al ser derivado hacia sus parcelas, se convertirá, tras un proceso de cultivo amoroso, en riqueza contante y sonante.

05 El presidente municipal de Guamúchil es un médico que hizo sus prácticas profesionales en Coalata, Col. Aquí acompañando a la representación colimense.

No quiero concluir esta breve descripción de Guamúchil sin comentar tres detalles más: el primero es que su presidente municipal, Gonzalo Camacho Angulo, médico de profesión, hizo sus prácticas en el pueblo de Venustiano Carranza, mejor conocido como Coalata, en el municipio de Manzanillo, Col., y que en cuanto supo que nosotros éramos de Colima, fue a nuestra mesa a saludarnos de mano, y a platicarnos el gran cariño que siente por los coalatenses que conoció, y a los que les mandó un afectuosos saludo.

El segundo se refiere al quehacer y a la personalidad de Cresencio Montoya, actual presidente de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, originario de Angostura, Sin., un individuo afable y sencillo que, no obstante tener una maestría en Historia por la Universidad de Sinaloa, comparte la vocación de la crónica y es, además, un reconocido compositor de corridos y canciones campiranas de su región, y para finalizar, el tercer detalle se refiere al premio que por haber obtenido un Tercer Lugar Nacional, se le concedió en Guamúchil al Profr. Antonio Magaña Tejeda, cronista de Cuauhtémoc, Col., y compañero también en estas páginas dominicales, en un concurso paralelo al referido congreso, participando en la mesa de “Costumbres y Tradiciones de Mi Pueblo”, donde compitió con otros 51 ponentes de todo el país con su trabajo Sucesos reales que parecen cuento. Motivo por el que aprovecho esta oportunidad para felicitarlo públicamente.

06 Aspecto general del XXXV Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas en Guamúchil, Sin.

CONFERENCIA DE ABELARDO AHUMADA EN EL ARCHIVO DE COLIMA

CRÓNICA EN IMÁGENES José SALAZAR AVIÑA